La creación del Sol y la Luna
Leyenda Corta Mexicana
En tiempos antiguos, cuando la Tierra carecía de luz, los dioses se reunieron en Teotihuacán para resolver un problema crucial: crear el Sol y la Luna.
Pero para hacerlo, alguien debía realizar un sacrificio supremo. Esta es la historia de cómo la humildad y la valentía de dos dioses dieron origen a los astros que iluminan el cielo.
El Nacimiento del Sol y la Luna
En tiempos antiguos, cuando la Tierra aún estaba envuelta en penumbra, los dioses decidieron reunirse en Teotihuacán, el lugar donde nacen los dioses, para discutir un asunto crucial: la creación del Sol y la Luna. Sin estos astros, el mundo carecía de luz y la vida no podía florecer.
Los dioses sabían que dar vida al Sol y la Luna requeriría un sacrificio supremo. Se necesitaba que dos de ellos se lanzaran al fuego sagrado para transformarse en los astros que iluminarían el cielo. Durante la reunión, preguntaron quién estaría dispuesto a sacrificarse.
El primer valiente en ofrecerse fue Tecciztécatl, un dios rico y orgulloso. Llevaba vestiduras de oro y joyas brillantes, seguro de que sería el elegido. Sin embargo, los dioses también miraron hacia Nanahuatzin, un dios humilde, cubierto de llagas, que apenas podía alzar la voz. A pesar de su fragilidad, Nanahuatzin aceptó el sacrificio con humildad y valentía.
Ambos comenzaron un ritual de preparación. Mientras Tecciztécatl ofrecía objetos preciosos al fuego, Nanahuatzin entregaba espinas ensangrentadas y hierbas simples, mostrando su sinceridad y modestia.
Llegó el momento decisivo. Los dioses encendieron una gran hoguera en Teotihuacán. Tecciztécatl, lleno de miedo, intentó lanzarse varias veces, pero cada vez retrocedía. Finalmente, Nanahuatzin, con determinación y sin dudar, se arrojó al fuego y fue consumido por las llamas. Inspirado por su valentía, Tecciztécatl también saltó, pero su sacrificio ya no brillaba con la misma nobleza.
Cuando el fuego se apagó, en el cielo apareció el Sol, brillante y radiante, iluminando la Tierra. Poco después surgió la Luna, igualmente hermosa, pero menos luminosa, pues su luz era reflejo de la de Tecciztécatl, opacada por el sacrificio puro de Nanahuatzin.
Los dioses, satisfechos, soplaron con todas sus fuerzas para mover el Sol y la Luna por el cielo, dándoles movimiento y marcando el ciclo del día y la noche. Desde entonces, ambos astros gobiernan el cielo, recordando la importancia de la humildad y el sacrificio por el bien común.
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