El Grúfalo (Versión Corta)
En un bosque verde y frondoso, vivía un pequeño ratón, tan pequeño como un dedal, con una gran astucia y una sonrisa traviesa. Un buen día, el ratón se aventuró por un sendero desconocido, dejando atrás la seguridad de su madriguera.
De repente, un búho de ojos grandes y mirada penetrante se cruzó en su camino. «¡Hola, ratoncito!», dijo el búho con voz grave. «¿Qué haces tan solo por estos bosques?».
«Paseo y disfruto del aire fresco», respondió el ratón con timidez. «¡Qué valiente eres!», exclamó el búho. «¿No sabes que el bosque está lleno de peligros? Te comeré si no me das algo a cambio».
El pequeño ratón, con el corazón palpitando, pensó rápidamente. «¡Oh, señor búho!», dijo con voz temblorosa. «De camino aquí me encontré con el Grúfalo, una criatura enorme y terrible. ¡Es tan grande como un oso y tiene colmillos tan largos como espadas! Me invitó a cenar esta noche, pero no puedo ir porque tengo otros planes».
El búho, con ojos abiertos como platos, exclamó: «¡El Grúfalo! ¡Yo nunca lo he visto! ¿Cómo es?». El ratón, con una sonrisa pícara, describió al Grúfalo con exageraciones: «Tiene ojos color fuego, una piel rugosa como la corteza de un árbol y una cola tan larga que puede barrer el bosque».
El búho, aterrorizado, tragó saliva y dijo: «¡Oh, no! Debo irme antes de que el Grúfalo me encuentre. ¡Gracias por la advertencia, ratoncito!». Y el búho se alejó volando a toda prisa.
Más adelante, el ratón se encontró con una astuta serpiente que se deslizaba entre las hojas. «¡Hola, pequeño!», dijo la serpiente con voz sibilante. «¿A dónde vas tan deprisa?».
«Voy a cenar con el Grúfalo», respondió el ratón con seguridad. «¿El Grúfalo?», preguntó la serpiente con incredulidad. «¡Es una criatura terrible! Dicen que tiene garras afiladas como cuchillas y que puede aplastar a un animal con solo un pisotón».
El ratón, sin perder la calma, respondió: «Sí, es verdad. Pero no te preocupes, la serpiente no es su plato favorito. Prefiere las ranas jugosas como tú».
La serpiente, con un escalofrío recorriendo su cuerpo, se escabulló entre la maleza, murmurando: «¡No quiero ser la cena del Grúfalo!».
Finalmente, el ratón se encontró con una zorra astuta y hambrienta. «¡Hola, ratoncito!», dijo la zorra con voz dulce. «¿Qué haces solo en el bosque?».
«Voy a cenar con el Grúfalo», respondió el ratón con aire despreocupado. La zorra, con ojos brillantes de codicia, preguntó: «¿El Grúfalo? ¡Qué suerte tienes! Dicen que es tan grande y jugoso que podría alimentar a una familia de zorros durante una semana».
El ratón, con una mirada pícara, le dijo: «Es verdad, pero no te preocupes, la zorra no es su plato favorito. Prefiere los conejos gordos como tú».
La zorra, imaginando su destino en las fauces del Grúfalo, se alejó a toda velocidad, dejando al ratón solo en el camino.
El pequeño ratón, con una sonrisa victoriosa, continuó su camino por el bosque. Aunque el Grúfalo no existía, su astucia le había permitido escapar de los peligros y disfrutar de un día lleno de aventuras.
Al llegar a su madriguera, el ratón se encontró con su familia. Les contó con entusiasmo sus encuentros con el búho, la serpiente y la zorra, y cómo su ingenio le había salvado de ser devorado.
Esa noche, mientras la luna brillaba sobre el bosque, el pequeño ratón se acurrucó junto a su familia y se durmió con una sonrisa en la cara, soñando con nuevas aventuras en el bosque mágico.