El misterio de la galleta que desapareció – Cuento Infantil de misterio

El misterio de la galleta que desapareció - Cuento Infantil de misterio

En el pequeño pueblo de Villamiel, donde las casas se pintaban de colores alegres y el aroma a pan recién horneado flotaba en el aire, vivía Elena, una niña de cabello castaño rizado y ojos color miel, tan vivaz como la miel misma. Elena tenía una gran pasión: las galletas. No solo disfrutaba comiéndolas, sino también horneándolas junto a su abuela Luisa, inventando nuevas recetas con chispas de chocolate, nueces o frutos secos.

Un soleado día de verano, Elena preparó una deliciosa tanda de galletas de vainilla con glaseado rosa. Las dejó enfriar sobre una rejilla en la cocina mientras ordenaba la despensa. Al regresar, un escalofrío recorrió su espalda: la bandeja estaba vacía, ¡las galletas habían desaparecido!

“¿Qué ha pasado?”, se preguntó Elena, con los ojos abiertos como platos. Buscó por toda la cocina, revisó debajo de la mesa, dentro de los armarios e incluso en la nevera, pero no encontró ni una sola miga. Era un misterio.

Elena decidió investigar. Interrogó a su hermano Tomás, quien solo atinó a encogerse de hombros con una mirada pícara. Preguntó a su abuela Luisa, quien revisó su bolso por si acaso las había guardado sin querer, pero no era el caso. Incluso consultó a la señora Dolores, la vecina chismosa, quien no dudó en tejer una teoría que involucraba duendes traviesos y gatos hambrientos.

Elena no se rendía. Decidió seguir las pistas. En la rejilla, encontró una pequeña huella de zapato, demasiado pequeña para ser de ella o de Tomás. Además, notó una mancha de glaseado rosa en el pomo de la puerta que daba al jardín.

Siguiendo el rastro de migajas y manchas rosadas, Elena llegó al jardín. Allí, bajo la sombra del viejo árbol de higuera, encontró al culpable: un adorable gatito atigrado con bigotes de pirata y ojos color avellana. El pequeño felino lamía sus patitas manchadas de glaseado mientras observaba a Elena con una mirada inocente.

Elena no pudo evitar reír. En lugar de enfadarse, se enterneció con el gatito travieso. Le ofreció un trozo de galleta que guardaba en su bolsillo y, en un instante, se convirtieron en amigos inseparables. Elena lo llamó “Galleta” en honor a su peculiar apetito.

Juntos, Elena y Galleta hornearon nuevas galletas, esta vez con forma de gatitos, para compartir con toda la familia. La casa se llenó de risas y el aroma dulce de la amistad. Y así, el misterio de la galleta que desapareció se convirtió en una dulce aventura que unió a una niña y un gatito travieso para siempre.

Elena aprendió que no todos los misterios tienen soluciones oscuras o aterradoras. A veces, la respuesta puede ser tan simple como un gatito hambriento con un gran corazón.