El pastorcillo mentiroso
Fábula de Félix María Samaniego
El pastorcillo mentiroso (también conocido como El pastor y el lobo)
En un tranquilo pueblo rodeado de verdes colinas, un joven pastor aprendió una valiosa lección sobre la honestidad y las consecuencias de las mentiras. Así comienza el cuento clásico de El pastorcillo mentiroso.
El pastor y el lobo
Había una vez un joven pastor que cuidaba un pequeño rebaño de ovejas en las colinas cercanas a su pueblo. Cada día, llevaba a las ovejas a pastar y pasaba horas observándolas en silencio. Aunque su trabajo era importante, a menudo se aburría y deseaba algo de emoción.
Un día, mientras las ovejas pastaban tranquilamente, el pastorcillo tuvo una idea. Subió a lo alto de una roca y comenzó a gritar con todas sus fuerzas:
—¡El lobo! ¡El lobo está atacando a las ovejas!
Al escuchar los gritos, los aldeanos dejaron sus tareas y corrieron colina arriba con herramientas para ahuyentar al lobo. Pero cuando llegaron, encontraron al pastorcillo riendo a carcajadas.
—¡No hay ningún lobo! —dijo entre risas—. Solo quería divertirme.
Los aldeanos, molestos, regresaron al pueblo, murmurando sobre la travesura. Sin embargo, el pastorcillo no aprendió la lección. Al día siguiente, volvió a gritar:
—¡El lobo! ¡El lobo está atacando las ovejas!
De nuevo, los aldeanos corrieron a ayudarlo, pero otra vez encontraron al pastorcillo riendo de su engaño.
—¡Es solo una broma! —dijo, divirtiéndose con la preocupación de los demás.
Los aldeanos, cansados de sus mentiras, decidieron no creerle más.
Unos días después, mientras cuidaba al rebaño, un verdadero lobo feroz apareció entre los arbustos. Con sus dientes afilados y ojos brillantes, el lobo comenzó a atacar a las ovejas. Asustado, el pastorcillo subió a una roca y gritó desesperado:
—¡El lobo! ¡El lobo está aquí de verdad! ¡Ayúdenme!
Pero esta vez, los aldeanos ignoraron sus gritos. Pensaron que era otra de sus bromas y continuaron con sus tareas. El lobo atacó al rebaño sin que nadie acudiera a ayudar, y el pastorcillo no pudo evitar que las ovejas escaparan.
Arrepentido, el pastorcillo regresó al pueblo y dijo:
—He aprendido que nadie confía en un mentiroso, incluso cuando dice la verdad.
Desde entonces, el pastorcillo dejó de mentir y entendió que la honestidad es el pilar de la confianza.
Y así, este cuento nos recuerda que las mentiras, aunque parezcan inofensivas, siempre traen consecuencias.
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