El Viejo y el Perro
Cuento Japonés Corto

En una tranquila aldea japonesa, un anciano solitario encuentra un inesperado compañero en un perro misterioso. Lo que comienza como una simple amistad se convierte en una lección de gratitud y esperanza en la historia de El Viejo y el Perro.
El Viejo y el Perro
En una aldea tranquila en las montañas de Japón, vivía un anciano llamado Haru, conocido por su vida solitaria y humilde. Había perdido a su familia hacía años y dedicaba sus días a trabajar en un pequeño huerto detrás de su cabaña. Aunque vivía en paz, su corazón se sentía vacío.
Un día, mientras Haru trabajaba, escuchó un suave gemido. Al mirar hacia el bosque, vio a un perro blanco y delgado que lo observaba desde entre los árboles.
—¿Qué haces aquí, pequeño? —preguntó Haru.
El perro se acercó lentamente, cojeando y con hambre evidente. Haru, conmovido, le ofreció un tazón de arroz.
—Puedes quedarte si quieres —dijo, acariciando su cabeza.
Desde ese momento, el perro, al que Haru llamó Shiro, se convirtió en su compañero inseparable. Juntos trabajaban en el huerto, paseaban por el bosque y compartían las tardes junto al fuego. Shiro parecía tener un vínculo especial con Haru, como si entendiera cada emoción del anciano.
Una noche, Shiro comenzó a ladrar insistentemente, algo que nunca había hecho antes. Haru, alarmado, salió de la cabaña. El perro lo guió hacia el bosque, corriendo entre los árboles. Aunque era tarde y oscuro, Haru confió en Shiro y lo siguió.
Finalmente, llegaron a un claro donde el suelo estaba cubierto de un brillo extraño. Shiro comenzó a cavar con sus patas, y Haru, intrigado, lo ayudó. Para su sorpresa, desenterraron un cofre lleno de monedas de oro.
—¡No puedo creerlo! —exclamó Haru—. Esto cambiará nuestra vida.
Con el tesoro, Haru pudo reparar su cabaña y compartir su fortuna con los vecinos de la aldea. Todos estaban agradecidos, pero Haru sabía que debía todo a Shiro. Sin embargo, poco después de encontrar el tesoro, Shiro desapareció sin dejar rastro.
Aunque lo buscó por semanas, nunca lo encontró. Haru, en su corazón, sabía que Shiro no era un perro común. Tal vez había sido un espíritu enviado para ayudarlo en su soledad.
Desde entonces, el anciano vivió con gratitud, recordando siempre a Shiro como el amigo que le devolvió la alegría y lo enseñó a ver la bondad incluso en los momentos más solitarios.
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