La bufanda del viejo abeto
Cuento Inventado
En una colina nevada, un viejo abeto que había sido el guardián de tantas Navidades se sentía solo, olvidado por los niños del pueblo.
Conmovidos, los animales del bosque decidieron hacerle un regalo especial: una bufanda mágica que despertaría de nuevo el espíritu navideño en su corazón.
La bufanda del viejo abeto
En una colina nevada, se alzaba un abeto muy viejo y grande. Su tronco estaba rugoso, y sus ramas, aunque frondosas, empezaban a encorvarse. Había vivido tantas Navidades que los animales del bosque decían que era el guardián de los recuerdos navideños. Pero aquel invierno, el abeto se sentía solo. Los niños que solían decorarlo ya no venían; preferían los árboles en sus casas cálidas.
Una noche, mientras nevaba, un grupo de animales se reunió bajo sus ramas. La liebre Susy, la ardilla Nico y el zorro Rolo querían hacer algo especial por el abeto.
—¡Ha dado sombra en verano y refugio en las tormentas! ¡Es hora de devolverle un poco de cariño! —propuso Susy.
—¿Pero qué podríamos hacer? —preguntó Nico, frotándose las patas.
Rolo, el zorro astuto, miró al cielo y sonrió. —¿Y si le hacemos un regalo? Algo que le caliente y le haga sentir especial esta Navidad.
Los animales buscaron por el bosque y encontraron cosas mágicas: hebras de musgo brillante, ramitas doradas de un viejo roble y copos de nieve que Susy atrapó con mucho cuidado. Rolo encontró un trozo de tela roja que el viento había traído de alguna casa lejana.
Trabajaron toda la noche tejiendo una bufanda única. Cuando terminaron, treparon con esfuerzo hasta las ramas más bajas y envolvieron el tronco del abeto con su regalo.
Al amanecer, el viejo abeto despertó y notó algo cálido rodeándolo. Se vio reflejado en un charco helado y descubrió la bufanda roja adornada con musgo, ramitas y nieve brillante. Sus ramas temblaron de emoción.
—¡Es hermosa! —susurró con su voz ronca de árbol.
Esa noche, las estrellas parecían más brillantes que nunca. Los animales bailaron alrededor del abeto, y el bosque entero se llenó de una luz cálida. Los niños del pueblo, al ver el brillo desde la colina, regresaron para colgar adornos y cantar villancicos.
El viejo abeto comprendió que no estaba solo. Gracias al amor y la gratitud de los animales y los niños, su espíritu navideño volvería a vivir por muchas generaciones más.