La muñeca maldita – Cuento Infantil de miedo
Elena nunca olvidaría su décimo cumpleaños. No solo por la fiesta sorpresa que sus padres le habían organizado, llena de globos, juegos y una deliciosa tarta de chocolate, sino por el regalo más extraordinario que jamás había recibido: una muñeca llamada Alicia.
Alicia no era una muñeca cualquiera. Era tan real que parecía una niña de verdad. Su cabello castaño caía en ondas naturales, sus ojos verdes brillaban con inteligencia y su piel suave era sonrosada como la de un bebé. Elena se enamoró de Alicia al instante. La vestía con sus mejores vestidos, leía cuentos junto a ella y le contaba todos sus secretos.
Sin embargo, a medida que pasaban los días, Elena comenzó a notar cosas extrañas. A veces, cuando regresaba a su habitación, encontraba a Alicia en una posición diferente a la que la había dejado. Sus ojos verdes, que antes solo la miraban con dulzura, ahora la seguían por la habitación con una intensidad que la inquietaba. Y por las noches, cuando Elena intentaba dormir, podía escuchar susurros provenientes de la cama de Alicia, palabras que no podía entender pero que le erizaban la piel.
Un día, Elena se despertó y Alicia no estaba. La buscó por toda la casa, llamando su nombre con desesperación, pero no la encontró. La muñeca había desaparecido sin dejar rastro.
Al principio, Elena pensó que tal vez se había imaginado todo, que la muñeca nunca había sido real. Pero las noches en vela, los susurros en la oscuridad y la sensación de una presencia invisible en su habitación la convencieron de lo contrario. Alicia había estado allí, y ahora se había ido.
Elena nunca volvió a dormir tranquila. Cada crujido en la casa, cada sombra en la pared la llenaba de terror. Temía que Alicia regresara, que se escondiera en la oscuridad para observarla mientras dormía. Incluso durante el día, Elena sentía una mirada invisible sobre ella, como si Alicia la estuviera vigilando desde algún lugar secreto.
Comenzó a evitar su habitación, a pasar el mayor tiempo posible fuera de casa. Sus amigos y familiares no comprendían su miedo, la creían supersticiosa o incluso loca. Pero Elena sabía que lo que había vivido era real, y la恐惧 la perseguía como una sombra.
Un día, Elena se encontró en el parque, sentada en un banco bajo la sombra de un árbol. De repente, una niña se acercó a ella, con una sonrisa tímida en el rostro. La niña era pequeña, con cabello castaño y ojos verdes, igual que Alicia.
Elena se quedó sin aliento, el corazón latiendo con fuerza en su pecho. La niña la miró con sus ojos penetrantes y le dijo: «No tengas miedo, Elena. Solo he venido a jugar».
En ese momento, Elena supo que la pesadilla no había terminado. Alicia había regresado, y esta vez no la dejaría en paz.