El Chupacabras -Leyenda Larga
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La leyenda del Chupacabras cuenta la valiente historia de un niño que, en lugar de temer a la misteriosa criatura, encontró una forma de convivir con ella, forjando una insólita amistad para proteger su granja.
La Leyenda del Chupacabras
En una pequeña granja rodeada de montañas en México, vivía Pedro, un niño de apenas 10 años con un corazón tan grande como su curiosidad. Pedro pasaba sus días cuidando a los animales de la granja junto a su abuelo. Las cabras, las gallinas y el viejo perro Pacho eran más que simples animales para él; eran su familia. Pedro se aseguraba de que cada uno estuviera a salvo, especialmente durante las noches oscuras en que los sonidos del bosque parecían contar historias de misterios y criaturas.
Una noche, mientras cenaban en la cálida cocina iluminada por una lámpara de aceite, el abuelo entró con el rostro tenso y preocupado. En sus manos sostenía un sombrero viejo, que giraba nerviosamente.
—Pedro, algo extraño ha pasado. Las cabras del vecino han aparecido muertas, con marcas de colmillos en el cuello y sin una gota de sangre.
El silencio llenó la habitación. Pedro, intrigado, preguntó:
—¿Quién pudo haber hecho eso, abuelo?
El hombre mayor suspiró y se sentó junto al fuego.
—Dicen que podría ser el Chupacabras. Es una vieja historia de nuestra región. Una criatura que aparece en las noches más oscuras para atacar a los animales y beber su sangre.
Pedro escuchó con atención, pero en lugar de sentir miedo, una chispa de determinación iluminó sus ojos. Al día siguiente, visitó la granja del vecino y vio las pobres cabras tendidas en el suelo. Algo en sus ojos le pareció extraño; era como si hubieran visto algo aterrador antes de morir. Pedro sabía que debía hacer algo para proteger a su familia de animales.
Esa noche, mientras todos dormían, Pedro tomó una linterna, un palo y un pedazo de carne que había guardado de la cena. Se escondió en el granero, listo para enfrentar lo que estuviera atacando a las cabras. La noche estaba en calma, pero de vez en cuando se escuchaba el crujido de las hojas bajo los pasos de algún animal.
Las horas pasaron y Pedro comenzaba a pensar que quizá todo había sido un cuento, cuando un ruido extraño rompió el silencio. Provenía de los arbustos cercanos. Pedro apuntó su linterna hacia el sonido y vio algo moverse entre las sombras. Su corazón latía con fuerza, pero no retrocedió.
De repente, una figura emergió de los arbustos. Era una criatura pequeña, de piel escamosa y con ojos rojos que brillaban como brasas en la oscuridad. Tenía colmillos largos y afilados, y una serie de pinchos le recorría la espalda. Pedro supo de inmediato que estaba frente al Chupacabras.
La criatura se detuvo al ver al niño y lo miró fijamente. Pedro sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero reunió todo su valor y habló:
—¿Por qué estás atacando a los animales? Ellos no te han hecho daño.
El Chupacabras pareció sorprendido por la voz suave del niño. Gruñó levemente, pero no se acercó. Pedro, notando que no lo atacaba, decidió continuar.
—Si tienes hambre, puedo ayudarte, pero no hagas daño a mis amigos. Las cabras y yo somos como una familia.
La criatura lo observó, como si intentara entender. Pedro, lentamente, dejó el pedazo de carne en el suelo frente a él. El Chupacabras lo olfateó, se acercó cautelosamente y, tras unos segundos de duda, tomó la carne con sus afilados dientes y la devoró.
Cuando terminó, la criatura levantó la cabeza y miró a Pedro. En ese momento, bajo la luz tenue de la linterna, Pedro pudo ver algo en sus ojos: no era maldad, sino una mezcla de hambre y soledad.
—Si prometes no volver a atacar a los animales, te dejaré comida aquí todas las noches, dijo Pedro, con voz firme.
El Chupacabras inclinó levemente la cabeza, como si estuviera de acuerdo, y desapareció entre los árboles. Pedro, aunque nervioso, sintió que había logrado algo importante.
Desde esa noche, nunca más hubo un ataque en la granja. Pedro cumplió su promesa y dejó comida cada noche al borde del bosque. Poco a poco, el Chupacabras se convirtió en un protector silencioso. Manteniendo alejados a otros depredadores, velaba por la seguridad de la granja.
Aunque los vecinos seguían hablando con temor de la misteriosa criatura, Pedro sabía que el Chupacabras no era un monstruo, sino un ser incomprendido que solo buscaba sobrevivir.
Con el paso del tiempo, Pedro y el Chupacabras desarrollaron una extraña pero sincera amistad, marcada por el respeto mutuo y una lección importante: incluso lo que parece más temible puede esconder un corazón que solo necesita un poco de comprensión.
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