La Leyenda del Cucuy Larga

El nahual y el niño - Cuento Infantil Mexicano

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Sara y su hermano pequeño, Tomás, no creían en las historias del Cucuy que les contaba su abuela. Pero una noche, después de desobedecer una regla importante, descubrieron que quizás esas historias no eran solo cuentos.

El Cucuy

Había una vez, en un pequeño pueblo mexicano rodeado de montañas y misteriosos bosques, dos hermanos llamados Sara y Tomás. Vivían con su abuela en una modesta casita de adobe. La abuela, con su sabiduría de cuentos y leyendas antiguas, siempre les advertía sobre los peligros de la desobediencia. Su historia favorita, aunque algo aterradora, era la del Cucuy, una criatura oscura y misteriosa que se llevaba a los niños que no respetaban las reglas.

—Recuerden, el Cucuy solo aparece si desobedecen o son maleducados —les advertía su abuela, bajando la voz para dar misterio a sus palabras.

Sara, siempre desafiante y escéptica, se reía y replicaba:

—¡Eso no es cierto, abuela! Solo es una historia para asustarnos.

Sin embargo, Tomás no estaba tan seguro. Cada vez que escuchaba la historia del Cucuy, se aferraba a su hermana, incapaz de dejar de pensar que tal vez aquel ser sí podría existir en las sombras del bosque.

Una noche, mientras su abuela dormía, Sara tuvo una idea traviesa. Quería demostrar que no le tenía miedo al Cucuy y que las advertencias de su abuela no eran más que supersticiones. Sabía que no debían salir al bosque de noche, pero su curiosidad fue más fuerte que su sentido común.

—Vamos, Tomás. Daremos un paseo por el bosque. Nada malo nos pasará, ya verás —dijo Sara con una sonrisa desafiante.

Tomás sacudió la cabeza, asustado.

—La abuela dijo que no debemos salir de noche… ¿y si el Cucuy nos encuentra?

—¡El Cucuy no existe! —replicó Sara con firmeza—. Ven conmigo, Tomás. No pasará nada.

Finalmente, Tomás, aunque temeroso, accedió. Juntos, los hermanos salieron en silencio de la casa, dejando atrás el cálido resguardo de su hogar. La noche estaba iluminada por la luz de la luna, y al principio el bosque les pareció tranquilo. Las estrellas brillaban en el cielo, y el viento balanceaba las hojas suavemente.

Pero a medida que se adentraban más, el ambiente cambió. Los sonidos familiares se volvieron extraños, como murmullos lejanos, y las sombras parecían cobrar vida. Tomás sintió un escalofrío y miró a su hermana, con la voz temblorosa.

—Sara, volvamos a casa… algo no está bien.

Sara estaba a punto de burlarse de él cuando escucharon un fuerte crujido detrás de ellos. Ambos se giraron, inmovilizados por el miedo. Una figura oscura y alta emergió de entre los árboles. Sus ojos brillaban en un rojo intenso, y su capa parecía hecha de pura oscuridad. Era el Cucuy, la misma criatura de las historias de su abuela.

—¿Quién se atreve a entrar en mi bosque sin permiso? —rugió el Cucuy, su voz profunda y aterradora retumbando en el aire.

Sara y Tomás, temblando de miedo, intentaron retroceder, pero el Cucuy avanzó lentamente hacia ellos, rodeándolos con su presencia oscura. Por primera vez, Sara sintió el verdadero terror.

—Nosotros… no sabíamos que era real —logró decir Sara, tratando de mantener la calma.

Tomás, con lágrimas en los ojos, se aferró a su hermana y gritó:

—¡Perdónanos, por favor! No queríamos desobedecer.

El Cucuy los miró por un largo momento, su expresión severa e implacable. Finalmente, habló en un tono más suave, aunque aún estremecedor.

—Los niños que desobedecen deben aprender que sus actos tienen consecuencias. Esta vez los dejaré ir… pero recuerden, si vuelven a desobedecer, vendré por ustedes, y no habrá una segunda oportunidad.

Con esas palabras, el Cucuy desapareció en las sombras, tan rápido como había aparecido. Los hermanos permanecieron inmóviles, demasiado asustados para moverse. Finalmente, Sara tomó la mano de Tomás y ambos corrieron de regreso a casa, sin atreverse a mirar atrás.

Cuando llegaron, su abuela estaba despierta, esperándolos en la puerta con una expresión severa pero comprensiva. Había oído sus pasos y sabía que los niños habían desobedecido.

—¿Ahora entienden por qué siempre les digo que escuchen? —les preguntó con voz suave.

Sara y Tomás, aún temblando, asintieron en silencio, con el miedo reflejado en sus ojos. Sabían que su abuela siempre tenía razones para sus advertencias y que el Cucuy era más que una historia.

Desde aquella noche, los hermanos nunca volvieron a desobedecer las reglas de su abuela. Aunque nunca volvieron a ver al Cucuy, sabían que él seguía vigilando, oculto entre las sombras, esperando para recordarles que la desobediencia tenía un precio.

Y así, en el pequeño pueblo, la historia de Sara, Tomás y el Cucuy se convirtió en una lección para todos los niños, quienes crecieron recordando que, aunque la oscuridad asusta, la verdadera valentía es escuchar y respetar a quienes nos cuidan.

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