La leyenda del Dorado
Leyenda Larga

El nahual y el niño - Cuento Infantil Mexicano

Esta es la legendaria búsqueda de El Dorado, una ciudad mítica hecha de oro, que llevó a exploradores y aventureros a recorrer selvas y ríos en busca de riquezas inimaginables.

Una historia que nos recuerda que la verdadera riqueza no siempre es la que brilla.

La leyenda del Dorado

Hace mucho, mucho tiempo, en lo profundo de la selva sudamericana, existía una leyenda que hablaba de un lugar mágico. Era una ciudad tan especial que brillaba como el sol. Las personas la llamaban El Dorado, porque todo en ella estaba hecho de oro. Las calles, las casas e incluso los templos relucían con un resplandor dorado. Se decía que allí no existía la tristeza, y que todos vivían felices y en paz.

La historia de El Dorado comenzó con los muiscas, un pueblo sabio y trabajador que vivía cerca de una laguna llamada Guatavita. Cada vez que un nuevo cacique era coronado, los muiscas realizaban un ritual en honor a sus dioses. En este ritual, el cacique cubría su cuerpo con polvo de oro hasta brillar como un sol dorado. Luego, subía a una balsa, remaba hasta el centro de la laguna y ofrecía tesoros, como oro y piedras preciosas, arrojándolos al agua para agradecer a los dioses.

Esta ceremonia fue tan impresionante que, cuando los conquistadores españoles llegaron y escucharon las historias, creyeron que había una ciudad llena de oro esperando ser descubierta.

La Búsqueda del Dorado

Un día, un explorador llamado Francisco reunió a un grupo de valientes hombres para encontrar El Dorado. «Debemos encontrar esa ciudad», les dijo, «y traer sus riquezas al mundo». Con mapas antiguos y muchas provisiones, se adentraron en la selva, enfrentándose a ríos caudalosos, montañas empinadas y animales salvajes.

La selva parecía infinita, y aunque caminaban durante días y noches, no encontraban nada más que árboles y ríos. A veces, creían ver un brillo en la distancia y corrían hacia él, pero solo encontraban piedras mojadas o lagunas que reflejaban el sol.

En una de esas lagunas, Francisco se detuvo y exclamó:
—¡Debe estar aquí! ¡El Dorado no puede estar lejos!

Pero la ciudad dorada siempre parecía estar un paso más allá. Algunos hombres comenzaron a perder la esperanza y regresaron a casa, mientras otros seguían buscando con determinación.

Una Lección de la Selva

En el camino, Francisco y su grupo encontraron a un anciano indígena que los observaba con calma desde un río.
—¿Qué buscan ustedes, forasteros? —preguntó el anciano.

—Buscamos El Dorado, la ciudad de oro —respondió Francisco con entusiasmo.

El anciano sonrió y les dijo:
—El Dorado no es un lugar que se encuentre con los ojos, sino con el corazón.

Francisco no entendió las palabras del anciano y siguió su camino. Sin embargo, a medida que pasaban los días, comenzó a darse cuenta de algo. Aunque no habían encontrado la ciudad dorada, habían visto cosas que nunca habían imaginado: ríos tan grandes como el cielo, aves de colores que parecían pintadas a mano y una selva llena de vida.

Los hombres, cansados pero maravillados, empezaron a notar que el verdadero tesoro no estaba en el oro, sino en la aventura que habían vivido y en la belleza de lo que habían descubierto.

El Dorado Vive en el Corazón

La leyenda de El Dorado sigue viva en la selva, susurrada por el viento y contada por los ríos. Los niños de las comunidades indígenas aún escuchan las historias del cacique dorado que brillaba en la laguna de Guatavita y del lugar mágico donde todo era posible.

Aunque nadie ha encontrado la ciudad dorada, quienes la buscan a menudo descubren algo más valioso: la importancia de los sueños, la amistad y la aventura. Porque, como decía el anciano, El Dorado no es un lugar que se encuentre con los ojos, sino con el corazón.

Así que, si alguna vez sueñas con encontrar tu propio Dorado, recuerda que el verdadero oro está en las experiencias que vives y en las personas con las que las compartes.

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