Florentino y el Diablo – Leyenda Larga

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Florentino, un valiente llanero y gran cantor, enfrenta al mismísimo Diablo en un duelo de versos bajo la oscuridad de los llanos. Con fe y astucia, demuestra que el ingenio y el valor siempre triunfan sobre el mal.

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El Diablo y Florentino

Hace muchos años, cuando los llanos de Venezuela se extendían interminables bajo el cielo estrellado, vivía un hombre llamado Florentino, conocido en toda la región por su valentía y su don para el canto. Florentino era un llanero de corazón, un jinete hábil y un maestro de las coplas improvisadas. Dondequiera que iba, su voz llenaba el aire con melodías y versos que hablaban de la vida, la naturaleza y el alma del llano.

Las noches en el llano eran profundas y misteriosas, envueltas en un silencio roto solo por el canto de los grillos y el susurro del viento. En una de esas noches, mientras cabalgaba solo, Florentino se detuvo a orillas de un río para descansar. La oscuridad parecía más densa de lo habitual, y el aire tenía un extraño peso, como si la misma noche estuviera conteniendo el aliento.

De repente, el ruido de cascos rompió el silencio. A lo lejos, una figura se acercaba, montada en un caballo negro como la noche. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Florentino pudo distinguir al jinete: era un hombre vestido de negro, con un sombrero de ala ancha que le ocultaba el rostro. Sus ojos brillaban con un fuego extraño bajo la sombra del sombrero, y su voz resonó como un trueno cuando habló.

—Buenas noches, Florentino —dijo el hombre con una sonrisa que no alcanzaba a suavizar su mirada—. Me han hablado de tus habilidades para el canto. ¿Aceptas un contrapunteo conmigo?

Florentino, confiado en su talento y sin sospechar quién era su adversario, asintió con una sonrisa. No había desafío que él temiera, y menos uno que implicara versos y coplas.

—Acepto, amigo. Aquí en el llano no se rechaza un contrapunteo. Pero dime tu nombre, para saber con quién cruzo palabras esta noche.

El hombre rió, y su risa sonó como el eco de un trueno lejano.
—Eso lo sabrás al amanecer, si logras vencerme.

Florentino sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no permitió que su valentía flaqueara. Así comenzó el contrapunteo, un duelo de versos donde cada uno intentaba superar al otro con ingenio y astucia. El extraño jinete, que no era otro que el mismísimo Diablo, lanzó los primeros versos con una voz profunda que parecía venir de las entrañas de la tierra.

—Florentino, llanero bravo,
el llano será tu tumba,
nadie escapa de mi canto,
ni del fuego que me alumbra.

Florentino, impasible, respondió con la seguridad de quien sabe que la fe lo protege:

—No me asustan tus palabras,
ni tu fuego ni tu abismo.
Soy hijo del llano grande,
y Dios es mi fiel camino.

El Diablo apretó los dientes y continuó con versos cada vez más oscuros y desafiantes. Habló de riquezas, de poder y de los placeres que podría ofrecerle a Florentino si cedía su alma. Pero Florentino, firme en sus creencias, respondía con versos llenos de astucia y luz, rechazando cada tentación.

La noche avanzaba, y el contrapunteo se volvía más intenso. El Diablo intentaba intimidar a Florentino con palabras que evocaban los miedos más profundos del hombre, pero Florentino no flaqueaba. Su voz resonaba clara y fuerte en la noche, y sus versos estaban impregnados de la fe que lo guiaba.

—Canta, Diablo, si te atreves,
pero mi alma no te entrego.
El que confía en la luz
nunca se rinde al infierno.

Los animales del llano, testigos silenciosos del duelo, se acercaron cautelosos. Hasta el viento parecía contenerse para no interrumpir la batalla de palabras. Las horas pasaron, y la oscuridad comenzó a dar paso a los primeros destellos del amanecer. Fue entonces cuando el Diablo, consciente de que su tiempo se agotaba, lanzó su último y más feroz intento por derrotar a Florentino.

—Cuando el sol asome el día,
no habrá quien te salve, amigo.
Entrégame ya tu alma,
o enfrentarás mi castigo.

Pero Florentino, al ver el cielo teñirse de naranja, supo que la victoria estaba cerca. Con la fuerza de la luz que anunciaba el nuevo día, entonó sus versos finales, cargados de esperanza y desafío.

—La noche siempre termina,
y la luz siempre regresa.
Mi alma es libre y valiente,
y en Dios hallo mi fortaleza.

El Diablo gritó con furia, incapaz de soportar la luz del sol que se alzaba sobre el llano. Su figura comenzó a desvanecerse como humo al viento, y con un último rugido, desapareció, dejando a Florentino solo bajo el cielo despejado.

Los primeros rayos del sol iluminaron el rostro del llanero, que sonrió con la satisfacción de haber vencido al más temido de los adversarios. Desde entonces, se dice que Florentino no solo derrotó al Diablo con su canto, sino que enseñó a todos una valiosa lección: la fe, el valor y la astucia pueden superar cualquier oscuridad.

Y así, cada vez que el viento recorre los llanos llevando consigo el eco de una copla, los llaneros recuerdan la historia de Florentino, el hombre que venció al Diablo con la fuerza de su voz y la luz de su corazón.

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