La Mulata de Córdoba – Leyenda Larga
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La leyenda de la Mulata de Córdoba narra la misteriosa historia de una mujer con poderes sobrenaturales, que escapó de su prisión de manera inexplicable, dejando tras de sí solo un dibujo en la pared.
La Leyenda de la Mulata de Córdoba
Hace mucho tiempo, en la antigua y colonial ciudad de Córdoba, Veracruz, se contaba la historia de una mujer única, de una belleza exótica que cautivaba a quienes la veían. Su piel era morena, sus ojos oscuros como el misterio de la noche, y su cabello negro como el carbón. Nadie sabía de dónde había venido, ni si tenía familia o algún lazo que la atara a la ciudad. Solo se conocía una cosa: todos la llamaban la Mulata de Córdoba.
La Mulata era conocida no solo por su apariencia, sino por sus habilidades que parecían rozar lo sobrenatural. Se decía que tenía el don de curar enfermedades con solo posar sus manos sobre las personas, que podía preparar hierbas y pociones que alejaban el mal, y que, con tan solo observar a alguien, era capaz de predecir su futuro. A medida que estos rumores se esparcieron, la gente comenzó a acercarse a ella en busca de curaciones y consejos. Sin embargo, mientras muchos la respetaban y veían en ella una bendición, otros la temían.
La envidia y el temor comenzaron a crecer en los corazones de quienes no comprendían sus habilidades. Pronto, algunos empezaron a murmurar que la Mulata había hecho un pacto con el diablo. Las mujeres de la ciudad, celosas de su belleza y del respeto que sus poderes le otorgaban, comenzaron a mirarla con desconfianza y a propagar historias de brujería. Incluso los hombres, aunque encantados por ella, temían el misterio que la rodeaba.
Un día, un hombre importante y adinerado de Córdoba, cegado por el deseo de conquistar a la Mulata, intentó acercarse a ella con promesas de riquezas y una vida de lujo. Sin embargo, la Mulata rechazó sus avances con una sonrisa tranquila, sin palabras ni excusas. El hombre, herido en su orgullo, decidió vengarse y acudió ante las autoridades, declarando que la Mulata era una bruja, capaz de hechizar y de convocar fuerzas oscuras. Movido por el rencor, empezó a inventar testimonios, alegando que la había visto hacer pactos oscuros y prácticas de magia negra.
La noticia llegó pronto a la Inquisición, que en esos tiempos perseguía con dureza cualquier indicio de brujería. Los rumores se extendieron rápidamente y los oídos inquisitoriales no tardaron en escuchar sobre las habilidades de la Mulata de Córdoba. Pronto, los oficiales de la iglesia acudieron a arrestarla. Aquella mañana, mientras la Mulata salía de su casa, los guardias la rodearon y la llevaron al tribunal, donde enfrentaría su juicio.
La ciudad entera parecía reunirse en el tribunal aquel día. Todos querían ver con sus propios ojos a la mujer que, decían, tenía pactos con fuerzas oscuras. Sin embargo, la Mulata, a pesar de las miradas y los murmullos, permanecía serena, mirando con tranquilidad a sus acusadores y a los testigos. A pesar de las graves acusaciones, no había ninguna prueba en su contra; todo se basaba en rumores y en los falsos testimonios del hombre que la había denunciado. Cuando se le preguntó si practicaba la brujería, ella negó las acusaciones sin perder la calma y con una sonrisa en los labios.
Pero la Inquisición ya tenía una decisión tomada. Sin pruebas, sin testimonios reales, y a pesar de las protestas de quienes la defendían, la Mulata fue declarada culpable de brujería y condenada a muerte. La noticia de su sentencia se extendió rápidamente por Córdoba, y la gente murmuraba en las calles, mezclando asombro y miedo ante la inminente ejecución de aquella misteriosa mujer.
La encerraron en una celda oscura en el fuerte de San Juan de Ulúa, donde esperaría hasta el día de su ejecución. Sin embargo, la Mulata no parecía temerle al destino que se había dictado para ella. Los guardias la observaban con curiosidad y extrañeza, preguntándose por qué no mostraba temor ni desesperación. No pedía ayuda, no lloraba, solo pasaba las horas sentada, mirando las paredes de piedra.
Una noche, antes del amanecer, la Mulata pidió a su carcelero un último favor: le pidió un trozo de carbón, diciendo que deseaba hacer un dibujo en la pared de su celda. El carcelero, intrigado por el deseo de aquella mujer, accedió y le entregó un pequeño pedazo de carbón. Luego, la observó mientras, con una destreza extraordinaria, comenzaba a dibujar.
Con movimientos precisos y seguros, la Mulata trazó la figura de un barco majestuoso, con sus velas abiertas al viento, como si estuviera navegando sobre un mar tranquilo. Las sombras y detalles de la imagen eran tan reales que parecían vivos. Cuando terminó, se giró hacia el carcelero y, con una mirada enigmática, le preguntó:
—¿Qué le falta a mi barco?
El carcelero, maravillado por la belleza y el realismo del dibujo, pensó un momento y luego respondió:
—Solo falta que navegue.
Entonces, ante los ojos atónitos del carcelero, la Mulata de Córdoba dio un paso hacia el barco dibujado en la pared. En ese momento, algo increíble sucedió: el barco comenzó a moverse, las olas pintadas parecieron cobrar vida, y la Mulata, como si se fundiera con el dibujo, subió al barco, que empezó a navegar hacia la pared, avanzando hacia un horizonte invisible. En cuestión de segundos, ella y el barco desaparecieron, dejando al carcelero solo, perplejo y aterrorizado, en una celda completamente vacía.
Cuando los guardias y los oficiales llegaron a la celda al amanecer, encontraron al carcelero en estado de shock, sin poder articular palabra. La Mulata había desaparecido sin dejar rastro, excepto por el dibujo del barco en la pared, que seguía allí, inmóvil y misterioso, como una prueba de su huida imposible.
Desde aquel día, la leyenda de la Mulata de Córdoba comenzó a recorrer los pueblos y ciudades, y su historia fue contada una y otra vez, con asombro y reverencia. Nadie volvió a verla jamás. Algunos decían que era un ser mágico, otros, que su historia no era más que un mito. Sin embargo, para los habitantes de Veracruz, la Mulata de Córdoba se convirtió en símbolo de lo misterioso y lo incomprensible, un recordatorio de que, a veces, la magia y el valor de un espíritu libre son capaces de desafiar cualquier condena.
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