El perro del hortelano
Cuento Corto
En un gran huerto lleno de frutas y verduras, un perro celoso cuidaba todo con gran dedicación. Sin embargo, su actitud lo llevó a aprender una importante lección sobre el egoísmo y la generosidad en la historia de El Perro del Hortelano.
El perro del hortelano
Había una vez un perro que vivía en un gran huerto lleno de verduras y frutas frescas. El perro pertenecía al hortelano, un hombre que trabajaba duro para cuidar sus plantas y cosechar alimentos. La tarea del perro era sencilla: proteger el huerto de los intrusos.
Un día, mientras el hortelano estaba fuera, un grupo de conejos hambrientos se acercó al huerto. Los conejos, atraídos por el olor de las zanahorias y las lechugas, intentaron entrar para comer algo. Sin embargo, el perro, que era muy celoso de su trabajo, los ahuyentó con fuertes ladridos.
—¡Fuera de aquí! ¡Nada de comer! —gruñó, aunque él mismo no comía zanahorias ni lechugas.
Al día siguiente, unas aves quisieron picotear las frutas maduras de los árboles. Como siempre, el perro salió corriendo y las espantó.
—¡Este huerto no es para ustedes! —ladró con autoridad.
Así, el perro se volvió famoso por ser el guardián más estricto del huerto. Sin embargo, algo curioso ocurrió: aunque el perro protegía las verduras y frutas, tampoco dejaba que el hortelano las recogiera. Cada vez que el hortelano intentaba cosechar algo, el perro lo bloqueaba con gruñidos y ladridos.
—¡Déjame trabajar! —se quejaba el hortelano—. ¿Qué sentido tiene que protejas el huerto si no dejas que nadie lo use?
El perro, orgulloso, no se daba cuenta de que su comportamiento estaba dañando a todos, incluido el hortelano. Así, las verduras comenzaron a pudrirse en el suelo y las frutas caían de los árboles sin que nadie las disfrutara.
Un día, el hortelano le habló con firmeza.
—Perro, no tiene sentido cuidar algo que no se usa. Si no dejas que otros lo disfruten, tu esfuerzo no vale nada.
El perro, al fin, reflexionó sobre sus acciones. Desde entonces, permitió que el hortelano cosechara y que los animales del bosque disfrutaran de las sobras. Así, el huerto floreció y se convirtió en un lugar abundante para todos.
Y así, aprendió que no sirve proteger algo solo por egoísmo. La verdadera riqueza está en compartir.
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