El lobo y las siete cabritas (Versión Corta)
En un pequeño pueblo al borde de un bosque encantado, vivía una mamá cabra con sus siete cabritillos. Eran conocidos por su alegría contagiosa y sus travesuras inofensivas. La mamá cabra, cariñosa y protectora, les inculcaba valores como la obediencia, la astucia y la importancia de la familia.
Un día, la mamá cabra recibió una invitación especial para vender su famoso queso en la feria anual del pueblo. A pesar de la tristeza de separarse de sus pequeños, la oportunidad era inmejorable. Antes de partir, les dijo a sus hijos: «Queridos cabritillos, tengan cuidado mientras no estoy. No abran la puerta a nadie, ni siquiera a un desconocido que imite mi voz. La única forma de saber que soy yo es por la contraseña: ‘Cri cri, sus cabritillos, soy su mamá, traigo pan y leche para cenar'».
Los cabritillos, obedientes y algo temerosos, asintieron con la cabeza. La mamá cabra les besó en la frente y emprendió su camino hacia la feria, dejando a sus retoños bajo la protección del bosque encantado.
No pasó mucho tiempo antes de que un lobo hambriento, con pelaje grisáceo y ojos penetrantes, se acercara a la cabaña. Oculto tras un arbusto, observó a los cabritillos jugar y corretear por el jardín. Su estómago rugía de hambre y su mente maquinaba un plan para atraparlos.
Con astucia, el lobo se disfrazó con un vestido harapiento y un sombrero de paja, imitando la apariencia de la mamá cabra. Se acercó a la puerta y con voz suave, imitando la de la mamá cabra, entonó la contraseña: «Cri cri, sus cabritillos, soy su mamá, traigo pan y leche para cenar».
Los cabritillos, al escuchar la voz familiar, se asomaron por la ventana. Sin embargo, al ver al lobo disfrazado, notaron algo extraño en sus ojos y en sus patas. Uno de ellos, el más pequeño y astuto, llamado Chispa, gritó: «¡No abran la puerta, ese no es nuestra mamá! ¡Es el lobo feroz!».
El lobo, furioso por haber sido descubierto, golpeó la puerta con fuerza, intentando derribarla. Los cabritillos, aterrorizados, se escondieron debajo de la cama, mientras el lobo gruñía y amenazaba con entrar. De repente, Chispa, con la mente nublada por el miedo, recordó una historia que su abuela le había contado: la leyenda del amuleto mágico del hada madrina.
En un acto de valentía, Chispa corrió hacia un viejo baúl que guardaba la mamá cabra y buscó el amuleto. Lo encontró: una pequeña piedra verde con un brillo incandescente. Chispa, con las manos temblorosas, frotó la piedra tres veces y pronunció la frase mágica: «Protección, por favor, protégenos del lobo feroz».
Al instante, una luz brillante envolvió la cabaña, creando una barrera invisible que impedía el paso del lobo. El lobo, confundido y frustrado, arañó la barrera con sus garras y aulló a la luna, pero no pudo hacer nada para entrar.
Al cabo de un rato, el lobo se rindió y se alejó del bosque, derrotado por la magia del amuleto. Los cabritillos, exhaustos pero a salvo, se abrazaron entre sí y celebraron su victoria. Chispa, aclamado como el héroe del día, les contó sobre el amuleto mágico y la historia de la abuela.
A partir de ese día, los cabritillos vivieron con más cautela, siempre recordando la importancia de la obediencia, la astucia y la unión. La mamá cabra, al regresar de la feria, se llenó de orgullo y alegría al escuchar la historia del lobo y la valentía de sus hijos.
Con el tiempo, la cabaña se convirtió en un lugar de encuentro para todos los niños del pueblo. Los cabritillos les narraban la emocionante historia del lobo feroz y la magia del amuleto, transmitiendo valores como la importancia de la familia, la confianza en uno mismo y la capacidad de superar cualquier obstáculo.
Y así, en el pequeño pueblo al borde del bosque encantado, la leyenda del lobo y los siete cabritillos mágicos se convirtió en un símbolo de esperanza y valentía para las futuras generaciones.