El regalo inesperado
Cuento Corto
En un pequeño pueblo lleno de campos verdes y cielos azules, un niño llamado Martín aprendió que la verdadera generosidad no siempre requiere riqueza, sino un corazón dispuesto a compartir lo que uno tiene.
El regalo inesperado
Martín vivía con su madre en una humilde casita al borde del pueblo. No tenían mucho, pero se ayudaban mutuamente y siempre compartían lo poco que tenían con los demás. Martín, sin embargo, a veces se preguntaba por qué su madre insistía en dar a los demás cuando apenas tenían para ellos mismos.
Un día, mientras caminaba por el bosque recogiendo leña, Martín vio algo brillante entre los arbustos. Era una pequeña caja dorada. Al abrirla, encontró tres monedas de oro, más valiosas que cualquier cosa que hubiera tenido. Emocionado, corrió de regreso a casa para mostrarle el tesoro a su madre.
—Mamá, ¡mira lo que encontré! Ahora podemos comprar comida, ropa nueva y arreglar nuestra casa —dijo Martín con entusiasmo.
Su madre sonrió, pero respondió:
—Es un hallazgo maravilloso, hijo. Pero recuerda, lo que se comparte siempre regresa multiplicado. Vamos a usar una moneda para nosotros y las otras dos para ayudar a quienes lo necesiten.
Martín no estaba convencido, pero obedeció. Con la primera moneda, compraron comida para ellos. Con la segunda, compraron semillas para la vecina anciana que había perdido su cosecha. Y con la tercera, ayudaron a reparar el tejado de la escuela del pueblo, que estaba a punto de derrumbarse.
A medida que pasaban los días, algo sorprendente comenzó a ocurrir. La vecina anciana trajo frutas frescas de su nueva cosecha para compartir con Martín y su madre. Los padres de los niños de la escuela, agradecidos por el tejado reparado, ofrecieron arreglar su casa como gesto de gratitud.
Martín se dio cuenta de algo increíble: cuanto más daban, más recibían. Pero lo más importante no eran los regalos materiales, sino la alegría de ver cómo su generosidad ayudaba a los demás.
Una tarde, mientras paseaba por el bosque, Martín volvió a pasar por el lugar donde encontró la caja dorada. Para su sorpresa, la caja estaba allí de nuevo, esta vez con una pequeña nota que decía:
—»El mayor tesoro es un corazón generoso. Sigue compartiendo.»
Desde ese día, Martín comprendió que el verdadero valor de la generosidad no estaba en lo que se daba, sino en cómo transformaba la vida de los demás.
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