La Bella Durmiente (Versión Corta)

La Bella Durmiente

En un reino lejano, rodeado de verdes praderas y majestuosas montañas, vivía un rey bondadoso llamado Arturo y una reina de incomparable belleza llamada Isabel. Ambos anhelaban con todo su corazón tener un hijo. Un día, su deseo se hizo realidad: nació una hermosa princesa a la que llamaron Aurora.

Para celebrar el nacimiento de la pequeña, el rey Arturo organizó una gran fiesta en el castillo. Invitó a todos los habitantes del reino, así como a las doce hadas madrinas de Aurora. Cada hada le otorgó un don a la princesa: belleza, sabiduría, bondad, gracia, inteligencia, talento musical…

Sin embargo, cuando la undécima hada madrina estaba a punto de conceder su don, una bruja malvada irrumpió en la sala. Ofendida por no haber sido invitada a la celebración, lanzó una terrible maldición sobre la princesa:

«Aurora se pinchará el dedo con un huso en su decimosexto cumpleaños y caerá en un profundo sueño del que solo podrá despertar con el beso de amor verdadero.»

El rey Arturo, desesperado, consultó a las hadas madrinas. Tras deliberar, la última hada madrina, que aún no había otorgado su don, propuso una alternativa:

«No puedo eliminar la maldición, pero sí puedo modificarla. Aurora no morirá al pincharse con el huso, sino que caerá en un profundo sueño de cien años.»

El rey, aunque entristecido por la inevitable maldición, agradeció a la hada madrina por su intervención. Para evitar que la profecía se cumpliera, ordenó que se quemaran todos los husos del reino.

Los años pasaron y Aurora se convirtió en una hermosa joven, tal y como las hadas madrinas habían predicho. Era bondadosa, inteligente, talentosa y amada por todos en el reino. Sin embargo, la sombra de la maldición pesaba sobre ella.

En su decimosexto cumpleaños, Aurora, intrigada por una vieja rueca que encontró en una torre del castillo, se pinchó el dedo con la aguja. Al instante, cayó en un profundo sueño. La profecía se había cumplido.

Desesperado, el rey Arturo ordenó que se encerrara a Aurora en una de las habitaciones del castillo. Rodeada de flores y con un suave aroma a lavanda, la princesa dormía plácidamente.

Alrededor del castillo, creció una espesa barrera de espinas que impedía el paso a cualquier persona. Solo el amor verdadero sería capaz de romperla y despertar a la princesa.

La noticia del hechizo de Aurora se extendió por todo el reino. Muchos príncipes, caballeros y aventureros intentaron romper la barrera de espinas y despertar a la princesa con un beso, pero ninguno lo logró.

Cien años después, un joven príncipe llamado Felipe llegó al castillo. Era valiente, de corazón noble y con un espíritu aventurero. Atraído por la leyenda de la Bella Durmiente, decidió probar suerte.

Al llegar al castillo, se encontró con la impenetrable barrera de espinas. Sin embargo, Felipe no se rindió. Utilizando su espada, logró abrir un camino y llegar hasta la habitación donde dormía Aurora.

Al verla, Felipe quedó cautivado por su belleza. Inclinándose sobre ella, le dio un beso en la frente. En ese instante, la magia se disipó. Aurora abrió sus ojos, como si despertara de un largo sueño.

La alegría inundó el reino. La Bella Durmiente había despertado. La boda de Aurora y Felipe se celebró con gran pompa y alegría. Vivieron felices para siempre, rodeados de amor y de la magia que solo el amor verdadero puede crear.