Cuento Largo de Barbanegra

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Barbanegra, el «Terror de los Mares», se aventura en busca del Tesoro de las Sombras, enfrentando peligros y una maldición legendaria para obtener el mayor botín.

Barbanegra: El terror de los mares

En una noche sin luna, el océano estaba en calma, como si esperara algo. Solo el crujir de las maderas de un imponente barco rompía el silencio de aquellas aguas profundas y misteriosas. Era La Venganza de la Reina Ana, el barco más temido de todos los mares, y su capitán, el legendario Barbanegra, estaba a punto de zarpar en una aventura que ninguno de sus tripulantes olvidaría jamás.

Barbanegra era un hombre que imponía respeto y miedo donde quiera que iba. Su barba negra, espesa y larga, estaba entrelazada con pequeñas mechas encendidas que parecían arder sin consumir el cabello, y sus ojos brillaban con una ferocidad que muchos decían que venía del mismo infierno. La fama de sus hazañas y su temible reputación eran conocidas en todos los puertos, y su tripulación lo seguía con una mezcla de admiración y temor.

Aquella noche, Barbanegra tenía un nuevo destino: la misteriosa y temida Isla de las Sombras. Había escuchado rumores de un tesoro escondido allí, el Tesoro de las Sombras, tan antiguo y valioso que, según se decía, podría comprar el mundo entero. Sin embargo, la isla estaba envuelta en una oscuridad tan densa que ni el sol lograba atravesarla, y la niebla que la rodeaba parecía viva, como si protegiera el tesoro de aquellos que no fueran dignos de hallarlo.

En la cubierta, la tripulación se reunía en silencio, escuchando con atención a su capitán. Con voz potente, Barbanegra anunció:

—¡Escuchen bien, grumetes! Nos dirigimos a la Isla de las Sombras. Ningún hombre que haya pisado esa tierra ha regresado con vida, pero yo sé que ese tesoro es real. Y les prometo que quienes sobrevivan, ¡serán ricos más allá de sus sueños!

Los hombres, aunque asustados, no pudieron resistir la emoción de embarcarse en una misión tan audaz. Después de todo, estar al lado del pirata más temido del océano ya era una aventura en sí misma. Así que, al amanecer, con el primer rayo de sol, partieron hacia su incierto destino.

Durante días navegaron por mares tranquilos, aunque una niebla espesa comenzó a envolver el barco desde el primer día de su travesía. No importaba cuán lejos avanzaran, la niebla parecía moverse con ellos, ocultando las estrellas en las noches y convirtiendo el cielo en un gris opaco durante el día. Los marineros empezaron a murmurar entre ellos que el océano intentaba advertirles de algo, que la misma naturaleza les pedía que retrocedieran. Pero nadie se atrevía a mencionarlo frente a Barbanegra, quien no mostraba el más mínimo signo de miedo.

Una noche, cuando el cielo estaba completamente cubierto de nubes y la niebla era tan densa que apenas podían ver el frente del barco, un extraño fenómeno ocurrió. Una espiral de sombras apareció en el agua, como un torbellino oscuro que giraba lentamente, y en su centro, parecía haber un vacío insondable.

Barbanegra, con una sonrisa desafiante, ordenó que avanzaran hacia el torbellino. No era un hombre que retrocediera, y aquel espectáculo extraño parecía desafiar su valentía. Así que, sin pensarlo dos veces, guió a su tripulación directamente hacia la oscuridad. Cuando el barco cruzó el torbellino, la niebla se volvió aún más espesa y las aguas a su alrededor comenzaron a estremecerse, como si estuvieran vivas.

Finalmente, el barco llegó a la Isla de las Sombras. Desde el mar, solo se podía ver un conjunto de siluetas oscuras que emergían de la niebla como fantasmas petrificados. La isla estaba sumida en un silencio absoluto, y cada rincón parecía esconder algo siniestro. Era un lugar tan lúgubre que incluso los marineros más valientes sintieron un escalofrío recorrerles la espalda.

Con antorchas en mano, Barbanegra y sus hombres desembarcaron. La niebla parecía seguirlos, envolviendo el barco y la isla misma. Caminaban en silencio, adentrándose en la espesura, cuando llegaron a una entrada oscura en la roca, una cueva que se perdía en las profundidades de la isla. Sin embargo, antes de que entraran, una voz espectral, como un susurro en el viento, les habló:

—Si tomas el tesoro, perderás lo más preciado…

La tripulación se miró con inquietud, pero Barbanegra, con una carcajada estruendosa, desestimó la advertencia.

—¡Bah! —exclamó—. ¿Quién osa amenazarme? ¡Yo soy el terror de los mares! ¡Nada ni nadie puede asustarme!

Y, sin esperar una respuesta, ordenó a sus hombres que lo siguieran. Avanzaron en la cueva, cuyas paredes parecían brillar tenuemente con una luz espectral. Después de un largo y oscuro camino, finalmente llegaron a una enorme cámara subterránea, y allí estaba el tesoro.

El cofre era enorme, hecho de oro y adornado con joyas. Sin embargo, lo que realmente llamó la atención de Barbanegra fue la cantidad de esqueletos de piratas que yacían a su alrededor, todos con sus manos extendidas hacia el cofre, como si hubieran intentado alcanzarlo en el último segundo de sus vidas.

Sin pensarlo, Barbanegra avanzó hacia el cofre y, con determinación, levantó la tapa. Dentro, el tesoro era aún más asombroso de lo que había imaginado: monedas de oro, rubíes y esmeraldas que brillaban con un resplandor sobrenatural. Era como si el mismo tesoro emanara una energía oscura y misteriosa.

Pero en el instante en que tomó la primera moneda, la cueva comenzó a temblar, y las sombras que los rodeaban empezaron a moverse, como si cobraran vida. Los ojos de las calaveras en el suelo brillaron con una luz roja intensa, y las sombras se fusionaron en una figura oscura y siniestra que parecía surgir del mismo abismo.

—Solo los que tengan un corazón puro podrán salir de aquí con vida —dijo la figura con una voz profunda y resonante—. El precio del Tesoro de las Sombras es el alma de quien lo toma.

Los marineros, aterrorizados, miraron a Barbanegra, esperando que él, como siempre, tuviera una solución. Pero Barbanegra, aunque era un hombre de gran valentía, comprendió que esta vez estaba frente a algo más poderoso de lo que había enfrentado jamás. La figura oscura se acercaba, y por primera vez, en sus fieros ojos se asomó una sombra de duda.

Respiró hondo y, con una seriedad que nunca antes habían visto en él, dejó caer la moneda de vuelta en el cofre. Sabía que, por mucho que deseara aquel tesoro, su vida y la libertad de su tripulación eran más importantes.

—Vámonos, grumetes —ordenó con voz firme, pero sin perder su característica mirada desafiante—. No hay tesoro que valga nuestra libertad.

Los hombres, asombrados y aliviados, retrocedieron junto a él, dejando el tesoro en su lugar. La cueva comenzó a oscurecerse de nuevo y las sombras desaparecieron, pero antes de salir, la figura oscura lanzó una última advertencia:

—El que tome el tesoro quedará atrapado en las sombras para siempre. Recuerda eso, Barbanegra.

Sin mirar atrás, salieron de la cueva, y la isla empezó a desvanecerse en la niebla, como si nunca hubiera existido. Al regresar al barco, la tripulación permaneció en un silencio respetuoso. Sabían que algo profundo había cambiado en su capitán, y aunque seguía siendo el temido Barbanegra, entendían que había algo que ni él podía vencer: una maldición tan poderosa que ni el más valiente de los piratas se atrevería a desafiarla.

Desde aquel día, Barbanegra y su tripulación continuaron surcando los mares, más temidos que nunca. Pero la leyenda del Tesoro de las Sombras se extendió por todos los puertos, y la historia de cómo el capitán Barbanegra había enfrentado la oscuridad y regresado vivo se convirtió en un cuento que los marineros contaban en noches de tormenta.

Se decía que Barbanegra había vencido la maldición, no con su fuerza, sino con su astucia y su amor por la libertad. Nadie volvió a buscar el Tesoro de las Sombras, pues sabían que lo más valioso de un pirata no era el oro, sino el poder navegar en libertad, sin las cadenas de una maldición.

Moraleja: A veces, el mayor tesoro es la libertad y el coraje de saber cuándo es mejor dejar algo atrás. La verdadera riqueza está en vivir sin miedo ni ataduras.

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